miércoles, marzo 23, 2011

MUJERES MALTRATADAS QUE NO DENUNCIAN

¿Por qué una víctima de malos tratos no denuncia a su agresor?

Frecuentemente se le increpa a la mujer maltratada, tanto por parte de las instituciones como de la sociedad en general,  el hecho de no denunciar a su agresor al objeto de poder poner en marcha el mecanismo necesario para su protección. 
Efectivamente, en la actualidad se cuenta con un marco normativo legal y con unos medios, que si bien, han demostrado no ser suficientes, si suponen un despliegue de recursos tanto materiales como humanos desconocidos hasta ahora. No obstante lo anterior y respetando siempre la importancia y la necesidad de denunciar estos hechos delictivos, considero conveniente reflexionar acerca de lo que inhibe a una víctima de violencia de género a denunciar a su agresor:
La potencial criminalidad de un maltratador no es fácilmente calculable ni para la víctima, ni para nadie. Su comportamiento es imprevisible ya que lo motiva la particular interpretación que él mismo tiene de los hechos, más que los hechos como tales.
Cuando llega la primera agresión, suele ser ya tarde. La víctima ha sufrido ya un proceso de deterioro psicológico, de destrucción de identidad, lento, progresivo y muy efectivo, que le impide conocer sus propios límites; que le impide reaccionar con claridad meridiana,  con la debida contundencia, con esa lógica con que se ve, se valora y se juzga desde fuera con la mente despejada.
Pero además, la mujer víctima no cree que la denuncia la pueda librar de esa  red densa y tupida, de esa tela de araña de acero que la tiene atrapada. Porque está desorientada y no sabe encontrar la salida, porque está convencida de que, vaya a donde vaya, su problema no tiene remedio; que denunciar no cambiará sus circunstancias. 
Y no denuncia por miedo, por un miedo visceral, irracional que la paraliza y le impide incluso tomar consciencia plena de la situación que vive.
Y no denuncia porque necesita creer en las promesas de cambio de él, creer que en el fondo, no es tan malo como parece. Y piensa que él está enfermo y que su mal tiene arreglo si ella tiene paciencia y le ayuda. Porque él le ha prometido que va a cambiar y que “a partir de hoy”, todo va a ser diferente.
Y no denuncia porque la soledad y la indefensión de la víctima es infinita. Apartada de su red social,  ha perdido toda iniciativa, toda capacidad de reacción; porque la desesperanza se ha apoderado de ella y no acierta a ver una salida posible. Porque siente una profunda pena por lo que le está pasando, y siente su mente resquebrajada y mermadas sus facultades de tanto dolor, de tanto sufrimiento acumulado.
Y no denuncia porque siente vergüenza de lo que está viviendo; porque la sociedad sigue pensando que eso solo le ocurre a las mujeres débiles, a las ignorantes, a las marginales. Y siente vergüenza de sentirse débil, ignorante y marginal. 
Y no denuncia porque el maltrato viene de quien más ama y la educaron para ser generosa con quien se ama, para “salvar” la relación y velar por la integridad de la familia. Y nadie le advirtió nunca que el maltrato es un delito aunque tu pareja no sea un delincuente.
Y sigue sin denunciar porque duda incluso de ella misma, de su propia capacidad física y mental, porque la domina el miedo y la desconfianza. Porque quien lo padece es una víctima, y a las víctimas, siempre les ocurre lo peor, por eso son víctimas. Porque así es el círculo vicioso de la victimización.
Porque el maltrato no se lleva a cabo abierta y claramente para que se vea; se hace para que pase desapercibido, para que no se note, para que resulte justificado para que parezca algo totalmente distinto de lo que realmente es. Y ella se siente indefensa, porque no tiene pruebas tangibles, para acompañar a su denuncia, porque todo está hecho para que parezca producto de una mente enferma como la de ella.
Y no denuncia porque carece de recursos económicos para sobrevivir por sí misma, porque no tiene para mantener su casa y sus hijos, no tiene de qué vivir. Y su sufrimiento, su dolor y sus lágrimas es el precio que vale el mantenimiento de su familia. 
Y no denuncia por falta de comprensión, por falta de apoyo, porque nadie le ha dicho todavía, ¡vamos a luchar juntas!. Por la desconfianza de hallar una solución práctica que rompa de verdad sus cadenas y dignifique su vida.
Y sigue sin denunciar porque ya, en lugar de víctima, se siente culpable. Y su culpa y su miedo la tienen extenuada, derrotada y muerta por dentro;  no le quedan fuerzas para seguir defendiendo su verdad, y por eso se calla, y así el silencio se convierte en su cómplice, en su aliado. Y el silencio es el coste que muchas víctimas pagan por seguir viviendo. 
Y no denuncia porque tiene mucho miedo, pero ha descubierto que su propio miedo le ayuda a seguir viviendo. Porque si hubiera denunciado su situación, probablemente la hubiera matado antes. Y precisamente porque teme por su vida, no denunciar, resulta ser,  a veces,  la mejor manera de continuar con vida. O al menos es así como ella lo percibe en su mundo de terror.
Porque desconfía de una Justicia que a fuerza de ser asépticamente justa, no termina de convencerla. Porque  duda mucho que Su Señoría pueda llegar a averiguar alguna vez hasta donde es capaz de urdir la mente perversa,  los bajos y miserables instintos de un maltratador.
Porque tampoco cree en unas instituciones bastante politizadas que manejan muchas y variadas cifras estadísticas, pero que no acaba de ganarse su confianza de mujer desesperada. Porque ha comprobado que los “expertos” y las “expertas” de violencia contra la mujer, hablan mucho, pero a ella la escuchan poco y mal y no son capaces de ofrecerle la comprensión y el apoyo que ella necesita. 
Y acaba sintiéndose utilizada también por los “expertos” y las “expertas”.
Porque la sociedad todavía sigue cuestionando si eso que denuncian algunas mujeres es realmente maltrato o es una situación de privilegio legal. Porque teme al implacable juicio social del bulo de las denuncias falsas, y teme ser acusada por una sociedad, que  juzga a las mujeres víctimas mucho y severamente y con frecuencia más que al propio agresor. Porque sabe que los mitos acerca del maltrato están muy arraigados. Y siempre habrá quien dude de su palabra, quien piense que algo hace ella mal para que su pareja la maltrate. 
Y no denuncia porque ve, como se reacciona contundentemente cuando hay otra asesinada más, pero que todo lo demás, parecen denuncias falsas.

Y porque a veces, las mujeres que denuncian y se les pone orden de protección, continúan siendo maltratadas en la distancia, de manera indirecta a través de los hijos o de la familia. Y porque incluso muchas de ellas, que denunciaron,  también fueron asesinadas.
C.M.


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